Empezar un reportaje

“Me dirigí hacia un lugar tan sublime y tan remoto, que para llegar, quise aprender todo sobre el camino…, y me olvide de mi destino.

Me apasioné tanto comprendiendo el camino, que me empeñé en dominar mis pasos para que fluyeran precisos entre sus sutiles texturas y matices…, y obcecado, me olvidé el camino.

Y tanto quise perfeccionar la habilidad de mis pasos, que sobre los mismos formulé teorías y tratados, alejándome tanto de mis naturales instintos, que confundido me olvidé de caminar.
Ahora estoy solo, inmóvil en el páramo, entre el cielo y la tierra, preguntándome, a dónde, por dónde y cómo voy a ese lugar tan sublime y remoto al que un día quise llegar”.

Cada documental que creamos nos concede una experiencia personal inigualable. Pero ese alma que robamos a nuestra historia y personajes nos castiga severamente. Nos prohíbe esa obscenidad que supondría el reciclaje de mundos ajenos a los propios de un nuevo documental.

Cuando abordamos un nuevo tema somos intrusos que llegamos vacíos de equipaje donde no nos han llamado. No nos sirven anteriores experiencias. No hay un sendero marcado, no hay una estrategia previa que podamos aplicar, somos huérfanos de un oficio que no nos surte ni de rutinas, ni de habilidades, ni de destrezas. Es la experiencia personal que adquirimos por la experiencia profesional que se nos niega.

Y lo primero antes de acometer el trabajo, es comprender el peaje a pagar, asumir esa desesperación inicial, esa mirada al vacío, para transformarla en una mirada a lo nuevo, humilde y respetuosa. Transcribo un texto de G. K. Chesterton de su obra “Herejes”:

“Es al hombre humilde al que se le conceden las visiones sensacionales, y eso es por tres razones obvias: primero porque esfuerza los ojos para verlas más que los demás hombres; segundo, porque cuando llegan se siente más abrumado y elevado por ellas; tercero, porque las registra con más exactitud y sinceridad y con menos contaminación de su persona de todos los días, más común y vanidosa”.

Pero la deuda que nos cobra nuestro oficio, y ese necesario y constante ejercicio de humildad, no deben suponer que afrontemos nuestro reportaje con las manos vacías, debemos amueblar nuestra propia transparencia.

“Abandonado e inmóvil en el páramo no pude más que observar lo que me rodeaba. Despojado de todo, descubrí un nuevo mundo oprimido entre cielo y tierra, tan despojado como yo, tan inmóvil, sin camino, sin destino”.

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